miércoles, 26 de diciembre de 2007

El día en que no morí

Aún veo ante mi al camión. Todo el tiempo pensé una y otra vez que esto no podía estar sucediéndome a mí. Estaba convencida de que él haría algo para esquivarlo, algo para no colapsar contra el camión, pero los segundos transcurrían y yo seguía viendo que nos acercábamos cada vez más a el. Y seguía sin poder creerlo, a pocos metros de ese camión blanco, me olvidé del calor sofocante, del sol que quemaba el asfalto y de las resecadas ramas de los árboles. Dejé de oír los gritos de él, del insoportable silencio de ella, creo que no llegué a oír ninguna goma rechinar, en realidad, no recuerdo haber oído nada. Dentro de mi mente repetía que no podía estar pasándonos esto, que no chocaríamos contra ese camión, fuera de mi mente sólo había silencio. El auto seguía dirigiéndose hacia el camión, y el camión hacia nosotros. El impacto rompió con ese silencio. Me escuché gritar a mí. Lo escuché gritar a él. La escuche a ella y al conductor del camión preguntar si estábamos bien. Las puertas no abrían. Él preguntaba a gritos si estábamos bien, ella sólo sollozaba y repetía que no podía respirar. Pensé que se moría. Yo también gritaba. Gritaba, pedía a gritos que la sacaran del auto, que la salvaran. Quise salir de allí. Fue terrible la sensación de no poder mover el cuerpo por el tremendo dolor. Hasta el día de hoy me pregunto de dónde saqué las fuerzas para moverme. Recuerdo que en algún momento vencí ese dolor en todo el cuerpo y salí a gatas del coche. Ella seguía dentro. Él la sacó con mucho cuidado. Sangraba por la nariz y la boca. Sus piernas también sangraban, pero no parecían heridas profundas. Yo tenía un par de raspones y muchos moretones en las piernas. Al menos a la vista, porque me costaba muchísimo mover la pierna derecha y la espalda me estaba castigando severamente. Él parecía estar bien, la sangre que tenía en las manos era la de ella.
A 5 días del acontecimiento sigo viendo el camión frente a mí, y cuando lo veo, no oigo nada alrededor.

martes, 18 de diciembre de 2007

La imagen del día


Hace unos días fui a visitar a una amiga mía que vive en Villa Urquiza, Buenos Aires. Bajé del tren, tomé el camino de salida por las escaleras. Bajaba, y ví una mujer atractiva vestida de ropa sport subir las escaleras. Delante mío bajaban varias personas las escaleras. Entre ellas, dos hombres de diferente edad: uno un metro delante mío y el otro otros metros más. Como si hubiesen estado sincronizados ambos cuerpos, ambos cerebros, cuando pasó la chica, los dos voltearon a mirarle el c*** al requetemismo tiempo. Les habrá tomado unos 3 segundos, hasta que se toparon con mi mirada. En ese momento la chica se encontraba a la misma altura de la escalera que yo. No sabría decirles cómo los miré, que cara habré puesto. Lo cierto es que las expresiones del rostro de ambos parecían como avergonzadas tras haberse topado con una mirada reprobatoria, si claro, ellos sabían que habían sido visto por otra mujer con las manos más en la masa que nunca. Fue un sólo instante, inolvidable la imagen, la imagen del día en aquel día.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Que pare yo ahora

Sigo existiendo, a pesar de todo
por más que el atardecer ya no piense en mí.
Y aunque la vida se muestre tal cual bravura,
como la mejor ocasión para la maliciosa provocación,
todo esto continúa, pero pronto sin mí.
¿Por qué habría de pararse?
¿Para poder de caprichosa tildarme?
Soy yo.
Soy sólo yo la que para.
Que nadie se preocupe por mí, os lo ruego,
para eso basto y sobro.
¿Por qué no habría yo de preocuparme sólo por mí?
¿Para no poder de egoísta tildarme?
Soy yo la que para, es mi decisión,
ayuda no necesito, ni siquiera vuestro perdón.
Y si así fuera, no estaré dispuesta a reconocerlo.
¿Y por qué? Si soy yo la que para?
¿Para poder de loca tildarme?
Lo que quierais, sentíos libres
de ahora en más, seré yo la que pare
porque claro está, que de vuestro permiso prescindo.
No conozco nada que pueda ser inventado
y no soy de eso culpable.
No soy culpable de más de lo que yo misma me atribuya, y por eso paro, sabed,
que no me amarga la lucha,
y aún así paro,
porque me atribuyo mi vida y mi falta de frivolidad: nada más que lo necesario.
Así que siendo enteramente responsable de mí, paro.
Ahora paro.
Borradme de vuestra mente, que nunca pedí estar en ella,
de vuestros recuerdos no me haré responsable.
Que sigan los atardeceres,
porque yo, yo ahora paro.
No busquéis significados profundos, ¿para qué?
¿Para poder de filósofa tildarme?
Mi mensaje en las letras está, y no más allá.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Everybody on board

Bitácora de un viernes 2 de noviembre de 2007

Fue una noche de lo que llamo fiesta. No por el hecho de haber bailado, tomado y reído, fue algo fuera de lo común y ese es para mí el factor determinante, porque sino, fiesta sería cualquier cosa, y tan fácil no se la voy a dejar a mis anfitriones potenciales.

Puede que para alguno de mis lectores no sea nada nuevo, para mí lo es, y por eso escribo acerca de esa noche, porque quiero contarles lo bien que la pasé, pero también aconsejarles que si tienen la oportunidad de concurrir a una fiesta de esa clase, no dejen pasar la ocasión.

Partimos del puerto de Olivos a las 00:30 aprox., dirección norte, al Tigre, anclamos allí unas horas en el medio del Río de la Plata y luego volvimos a las 4:30 aprox. (Ver los puntitos rojos en el mapa!!). Se podría decir que se trató casi de una fiesta privada, éramos unas 50 personas, y el hermoso yate estaba equipado con luces, DJ, una barra de cocktails muy buenos, y cómodos asientos en la proa y la popa a manera de diván.

El desafío de la noche: bailar y hacer equilibrio al mismo tiempo. Apenas subimos fui a la barra a ver con qué mojar los labios, y un chico atrás mío decía que no había tomado nada aún, y ya se sentía mareado. No llegué a caerme ni una sola vez, pero mentiría si negase que estuve a punto en varias ocasiones... al no ser la única, constantemente había motivo de risa y la música se prestaba para bailar en grupo, de a dos, en ronda, trencito o para estar sentada un rato charlando. Cuando el barco llegó al Tigre, pudimos subir a cubierta, y la luna menguante se dejó ver sin peros durante el tiempo que quisimos. El viento estaba de buen humor y nos regaló una fresca brisa, en algún momento me pareció que ya era algo más que fresca y decidí bajar, me senté, dejé que descansen un poco mis cansados pies, escuché las historias que un par de chicos quisieron contarme y me reí de buena gana.

Pero creo que lo más especial fue lo bien que uno se sentía ahí dentro, como decirlo... conocía a pocas personas, y aún así hablé y bailé con todos, mi primera vez en un barco y era como si ya hubiese estado allí anteriormente, me sentí BIEN, como si el mismo barco irradiara una bienvenida a los abordantes. Eso fue lo que más me gustó de la noche: haberme sentido a gusto en un lugar, que sin ser mi hogar, me resultó acogedor; y que a pesar de estar vestida casi de gala, no me sentí obligada a verme bien en ningún momento. Por favor, quien haya sentido algo así en una fiesta, que me lo diga, porque en mi caso, fue la primera vez.

Funny, isn’t it? The second first time in my blog.