domingo, 9 de febrero de 2014

Pía Irene

Pía Irene nació el 19 de enero. Fue un domingo de tarde, terminaba un fin de semana que se había hecho muy largo y yo estaba muy agotada, entre médicos y enfermeras, después de horas de dolor y espera, me sentía un poco ausente de a ratos gracias a la anestesia. A las 17:56 llegó Pía. Cuando oí su llanto sentí la urgencia de verla. Ya no me sentía ausente, estaba viviendo por fin el momento que esperé durante 9 meses. Me pareció una eternidad, pero supongo que fueron pocos minutos, hasta que Martin la sostuvo al lado mío. Esa fue la primera vez que la vi y sentí una felicidad tan grande tan grande, y alivio de saber que ya había nacido y que ella estaba viva. Quise acariciarla pero no podía porque tenía los brazos extendidos sobre la mesa. No me preocupé por eso porque sabía que tenía toda la vida para acariciarla. Me pregunté cuando podría verle los ojitos, y en ese momento ella los abrió.


No me canso de mirar a mi Pía, cuando se duerme, cuando se despereza y se despierta muy despacio, tomándose mucho tiempo, así como hago yo. No me canso de verla cuando toma la teta, cuando llora, cuando le cambio la ropa o los pañales.  Me gusta mirarla y pierdo la noción del tiempo, todas las caritas que hace cuando sueña, o cuando está despierta y mira todo lo que hay a su alrededor, y mueve sus manos, sus brazos, sus piernas, sin coordinación pero con energía. 

Mi Pía, nuestra Pía.

También me gusta mirar a Martin y a Pía juntos, y ahí me doy cuenta que nuestra vida de a tres es mucho mejor y más linda que lo que había imaginado hasta ahora.